Escribí este poema con inmenso cariño a la mujer guajira. Soy peruano y viví 38 años en Venezuela 3 años en Caracas y 35 años en Maracaibo. La mujer guajira es digna de admirar. Anita existió y era una jovencita que trabajaba como mujer de servicio en una de las casas en las que yo era vigilante particular. Trabajadora como ella sola. Conocí su historia y le escribí este poema que me agradeció emocionada. Pocas semanas después dejé de trabajar como vigilante en aquella casa y nunca más la volví a ver porque ella igualmente dejó de trabajar al mes siguiente. Su nombre era Ana Palmar.
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ANITA LA GUAJIRITA
En la planicie zuliana,
allá en la Alta Guajira,
una viejita suspira
por su nieta llamada Ana.
Anita la guajirita,
de nuestra raza ancestral,
con su carita angelical
ayuda al que necesita.
Pequeña, alegre y chinita
por todos se hace querer,
trabaja hasta más no poder
Anita la guajirita.
Su hermosa mano guajira
y su cabello libre al viento
tienen siempre contento
a un joven que siempre la mira.
En el campo está la flor
de la planta "palo santo"
y en su mente está el amor
del joven que la mira tanto.
Anita vive dichosa
y feliz de ser querida
porque el joven que la mira
muy pronto la hará su esposa.
Debajo de la enramada
de un cují majestuoso
su corazón late dichoso,
y es que Anita está enamorada.
Ya pronto va a terminar
su faena cotidiana
para luego retornar
a su tierra lejana.
Con su mirada escudriña
lo que su alma quiere ver
y a pesar de ser mujer
tiene cara de niña.
Raza guajira bendita
tienes un sitio en la historia
porque acrecienta tu gloria
Anita la guajirita.
- - - - - - - - -
Mariano Bequer.
Maracaibo, 21/09/05
Escribí este poema con inmenso cariño a la mujer guajira. Soy peruano y viví 38 años en Venezuela 3 años en Caracas y 35 años en Maracaibo. La mujer guajira es digna de admirar. Anita existió y era una jovencita que trabajaba como mujer de servicio en una de las casas en las que yo era vigilante particular. Trabajadora como ella sola. Conocí su historia y le escribí este poema que me agradeció emocionada. Pocas semanas después dejé de trabajar como vigilante en aquella casa y nunca más la volví a ver porque ella igualmente dejó de trabajar al mes siguiente. Su nombre era Ana Palmar.
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