Trascurría el año 1990, cursaba en ese entonces décimo grado, como aquella serie de televisión y su canción tan exitosa como ella. El profesor de la asignatura Francés nos pidió que representáramos en un dibujo lo que caracterizaba o identificaba a un pueblo, ciudad o departamento de nuestro país a lo cual había que colocarle su respectivo slogan, en francés por supuesto.
Fácil, busqué en varias revistas, pues no existía el internet para aquella época. Observé entonces ese mágico paisaje: Un cielo profundamente azul que se besaba en el horizonte con el majestuoso mar y entre ellos emergían decenas de montañas blancas, blancas como la nieve. Si, blancas, pero no eran montañas de nieve, se trataba de la prominente SAL de Manaure…SAL guajira.
Maravillado entonces decidí que ese sería el dibujo a presentar y el slogan, el mismo que aparecía en el artículo: “La Península de la Guajira, donde nace Colombia”.
Confieso que aquella revista despertaría en mí el interés de conocer el mágico departamento de La Guajira.
Diciembre de 1.991 en La Unión - Sucre me gradué como bachiller académico en el Instituto La Unión. Con deseos inmensos de seguir mis estudios. Quería ser Ingeniero, de qué, no sabía, pero quería y sabía que sería Ingeniero.
Consciente que mis padres no tenían como costearme una universidad así fuese pública, tenía la certeza que debía trabajar para poder lograrlo. Bogotá!!, ese era el destino preferido por los muchachos de mi pueblo, yo no era ajeno a esa preferencia, al fin y al cabo la gran capital, la nevera como le decimos los costeños.
Pero nada, en 1.992 los problemas se agudizaron, llegó la tragedia que nos acechaba unos años atrás, fallece mi hermanita, mi padre y mi abuela. Situación compleja para mi madre, mi hermano mayor y obviamente para mí.
Pero bueno, había que seguir. Al siguiente año, mi hermano, por ser mayor, se va a trabajar a Bogotá y yo me quedo acompañando a mi madre. Vendía chance y en las noches me desempeñaba como celador en el comedor escolar de mi pueblo, cargo al que le llamaban “de corbata” (cuando estaba más pequeño creía que lo del apelativo era porque había que utilizar dicha prenda, pero nunca vi a nadie con una de ellas, luego entendí que era por lo que pagaban en esos cargos ). Nos habían dejado allí pues ahí se desempeñaba mi papá, luego de su fallecimiento lo asume mi hermano y posteriormente yo.
1.994 seguía en mi pueblo vendiendo chance. El alcalde de la época decide quitarme “la corbatica”, para él yo debía salir de La Unión en busca de mejores oportunidades y el hecho de dejarme sin trabajo sería un empujón para tal propósito. Reconozco que comulgaba con su apreciación, por eso no me afectó tanto el quedar desempleado.
Las imágenes de aquellas montañas blancas se paseaban sigilosas por mi mente. Pero también ciertos fantasmas de muchas historias que en La Guajira había plomo “corrío” y que si alguien pasaba en guayuco y te reías te descargaban toda la munición. Y Maicao en mi cabeza era inmenso, lleno de grandes almacenes…me lo imaginaba toda una metrópolis pues todo o casi todo venía de aquellas tierras. Por eso ahora cuando me preguntan: Dónde estás? Digo: En la metrópolis de Maicao.
Bogotá seguía seduciéndome, pero por más que le decía a mi hermano que me llevara no había forma. Sentía que pasaban los años y yo, sin poder estudiar.
Por fin llegó a mis oídos el anuncio esperado: Hay una oportunidad en Riohacha. Riohacha!! En La Guajira…Guajira…Manaure…Sal...paisaje…francés…dibujo…décimo grado…Riohacha…empleo…Universidad…Ingeniería. Cuál? Todavía no sabía.
La oportunidad consistía en presentarme al lado de cientos de aspirantes a un cargo en una entidad bancaria que apenas abriría sus puertas en la ciudad. Si, cientos y preseleccionaron a diez. Quedé en el selecto grupo. Mi tío, quien me había llevado a la capital guajira se sintió orgulloso de su sobrino. No era para menos, dentro de los aspirantes había profesionales, tecnólogos, estudiantes universitarios, personal con experiencia y yo, su sobrino, en el G10. Pero faltaba la selección definitiva, fue una semana interminable, de expectativas, de ansiedad, esperando el resultado de los seis seleccionados. Los altos cargos como es lógico ya estaban ocupados. Yo aspiraba a lo que fuera, así me tocara repartir tintos o hacer el aseo, no me importaba, significaba trabajar en un banco y más que eso, significaba trabajar y ganarme un salario digno que me permitiera estudiar y ayudar a mi familia. Pero el muchacho de pueblo no quedó en el G6. Que decepción…lloré, a solas…lloré.
Había que levantarse, seguir buscando trabajo, al final ya estaba en Riohacha que a diferencia de mi pueblo ofrecía más oportunidades. Trabajé unos meses como mesero y en el roce con los colegas hacía horas extras en algún prestigioso hotel. Pero no conseguí nada estable y regresé a mi pueblo, derrotado, cabizbajo. Huyéndole a la típica pregunta cuando te vas y vuelves en diciembre: Y en qué estás trabajando? Y estás estudiando? .
1.995 rumbo a Maicao, ya la idea de antaño de la gran metrópolis había desaparecido, el año inmediatamente anterior había tenido oportunidad de conocerlo. Ese día sentí que la realidad me había dado una puñalada certera en la yugular y que se había confabulado con mi imaginación para traicionarme vilmente.
Dicté clases de matemáticas a domicilio, pagaban bien la hora los turcos. Pero en vacaciones no todos los alumnos que tenía se reforzaban, así que los ingresos bajaban y los gastos seguían igual o aumentaban quizás. Por lo que tampoco había estabilidad ni condiciones para estudiar. Trabajaba de dos a nueve de la noche. Y los fantasmas no eran tan fantasmas.
A principios del siguiente año estaba en Sincelejo, no había muchas posibilidades en la tierra del maíz. De Riohacha me llama una amiga, bueno, realmente es un ángel, de esos que Dios coloca en tu camino. Y me pregunta: Quieres venirte para acá otra vez a trabajar conmigo? Sin dudarlo dije: Si !!. Ella con voz de ángel me dice: Pero es a vender perro caliente, comidas rápidas.
Mi imaginación acostumbrada a volar me dibujó en un local de esos pequeños, donde venden comidas rápidas. Y yo le respondí: Hagámosle!! Va pa´esa…. Y como si se hubiese aliado en segundos con mi imaginación me dice: Pero es en un carro oíste, en un carro de perros calientes. Pero yo ya conocía mucho más a mi imaginación así que le hice el quite a la realidad y no me dejé golpear. Respondí con convicción: Hagámosle, pa´ lante es pa´allá.
Ella, el ángel, conocía de mis deseos de estudiar. Pero para el primer semestre de ese año era imposible entrar, cuando llegué las matrículas estaban cerradas y tampoco tenía dinero. Se trataba entonces de trabajar esos meses y poder gestionar mi ingreso a la U.
Me pagaba un porcentaje por venta, realmente no recuerdo bien cual era el monto, creo era el 30%. Lo que si recuerdo es que el carro de perro se ubicó al frente de, nada menos y nada más que, LA UNIVERSIDAD DE LA GUAJIRA. Aquella vieja Universidad, la del gallinero. Al menos ya estaba más cerca de ella después de tantos años, no estudiaba, pero estaba cerca de ella. Lo que también recuerdo perfectamente fue lo que vendí mi primera noche de trabajo, $35.000 pesos. Calculadora en mente saqué mi cuenta y los números eran prometedores. La noche siguiente bajó un poco. Bueno, la próxima será mejor. Pero no, la próxima también bajó y la siguiente también. Fue un boom entonces la primera noche?. Alguien me dijo: Es que ese negocio ahí no sirve porque los estudiantes siempre andan “llevaos” y para comprar un perro tienen que comprar la gaseosa. Entonces saca cuenta, ¿cuánto se gastan?, es por eso que se van para los fritos que son más baratos y lo pasan con una chicha, que es más barata. Experto en economía él. Realmente tenía razón.
De mudanza con el carro de perro para la carrera siete con calle diecisiete esquina. Tocaba hacer otra cosa, ese negocio no daba la talla para mis aspiraciones. Combino el trabajo nocturno de comidas rápidas con el trabajo en una tienda en el barrio Coquivacoa (siempre me ha parecido el mejor nombre que pueda tener un barrio). Trabajaba de seis de la mañana hasta las cinco de la tarde. Llegaba al apartamento y a las seis de la tarde estaba en mi puesto, con mi carrito de perros calientes.
Ya la universidad había abierto matrículas para el segundo semestre. Tenía que estudiar, ¿cómo? no sé. Dinero no tenía, el trabajo en la tienda lo había conseguido un par de meses atrás. Si bien me ofrecía un poco más que los perros, no era suficiente, era obvio que ganaba muchísimo menos que un salario mínimo para la época. Mi tío debía subsidiarme el arriendo, pues lo que ganaba no me alcanzaba para cubrir todos mis gastos.
Pero mi amiga, la de las alas que no se ven, conociendo mis intentos fallidos por estudiar me dice: Vamos y hablamos con alguien que conozco en la U para que te den el cupo y asegures tu ingreso. Entonces le dije: Pero tengo que dejar de trabajar contigo, tú sabes que el negocio no me da para sostenerme y en la tienda gano un poco más, no me alcanza pero al menos es fijo lo que recibo. Con esa mirada de bondad me responde: “No te preocupes por eso, lo que importa es que tú estudies, que te superes, que cumpla tus sueños”. Es que así suelen hablar los ángeles.
Y es así como se abren las puertas de la Universidad de La Guajira. Tenía el cupo, pero no el dinero para matricularme. Para ese entonces el alma mater tenía un programa para los mejores estudiantes oriundos del departamento, aquellos que hubiesen ocupado primer y segundo puesto cuando finalizaron sus estudios de bachiller. Pagaban sólo la mitad de la matrícula. Yo obtuve ese logro en mi colegio; pero no era guajiro. Entonces se le ocurrió no recuerdo a quien, hacerle una carta al señor rector, firmada por mi por supuesto. Dicha misiva la redactó una psicóloga amiga de mi tío. Allí se plasmaba mi deseo de ingresar pero que no contaba con los recursos para hacerlo y que me tuviera en cuenta en el programa aún siendo de otra región. Cada renglón de la carta llevaba su toque psicológico para que la petición fuera positiva.
Personalmente la entregué al rector, la leyó…me miró…me hizo unas preguntas, con los ojos a media asta y cuál protagonista de El Niágara en bicicleta, le respondía. Para mí fue eterno...su puño abrazando el bolígrafo, aquella hoja esperando una respuesta, trataba de adivinar con el vaivén de su mano cuál sería la primera letra que escribiría…una V. De VICTORIA… “Vo.Bo”. La carta y mi figura hicieron su efecto. LO HABÍA LOGRADO.
La emoción era enorme, el júbilo sólo comparado con un 2 de febrero en mi vieja Riohacha o un 4 de agosto en mi entrañable pueblo. Por fin, en las aulas cálidas de una universidad, estudiando Ingeniería…cuál? ¡¡INGENIERÍA INDUSTRIAL!!
Sabía que el camino apenas empezaba, mi primer impulso de diez escalones. Ese mismo año se iniciaron actividades en la sede nueva. La emoción no me había hecho percatar que eso incrementaría los gastos en trasporte. Las pocas busetas que aceptaban hacer la ruta llagaban hasta el rond point, alguna hasta el centro o Coquivacoa. En diciembre me había quedado sin trabajo y para enero del siguiente año me había mudado para la calle 39B con 7G, más distancia aún.
Segundo semestre, sin empleo y el dinero que tenía no me alcanzaba para matricularme. En la tienda donde trabajé, como cosa rara, me querían embolatar la liquidación (ya tenía derecho a ella y me pagaron sólo una parte cuatro meses después). Qué hago? Tengo que matricularme. Es ahí donde nace en mi vida universitaria las rifas sorpresas. En mi pueblo ya tenía experiencia en rifas, pero no en rifas sorpresas. La mecánica era sencilla, el premio era una sorpresa y la sorpresa consistía en que el ganador recibía: nada, nada y nada. Era la forma más sutil de pedir colaboración a los más allegados con la excusa perfecta: la rifa.
Luego del éxito con el juego de azar tenía la plata para continuar en la U y me había quedado algo para sostenerme las primeras semanas. Me dirigí al banco a cancelar. Ya en la fila un compañero que estaba en los primeros lugares, y que había conocido en el primer semestre, se ofrece a realizarme el pago en la ventanilla. En esa espera iniciamos una conversación, en esa conversación le comenté que buscaba trabajo. Realmente poco nos conocíamos, en la universidad suele ser así. No sabía su nombre, le decíamos “el mono” y él me decía Jaraba, por mi apellido.
Cuando sale del banco me dice: En el hotel de mi abuela, que ahora lo administra mi tía, se necesita a alguien en recepción. Yo tengo el turno de la mañana, se necesita el de la tarde, de dos a diez de la noche. Te interesa? Seguro que si, respondí. Entonces vamos donde mi tía, que trabaja por aquí cerca y hablamos con ella a ver qué dice.
Entró, habló con la señora, ella sale, yo esperando una entrevista o una cita para dicha entrevista y su respectiva hoja de vida. Y lo que escucho es: “Lo espero mañana en el hotel, para que empiece enseguida”. Le llevo mi hoja de vida?. Pregunté. “No, no es necesario. Basta con que lo recomiende mi sobrino”. Ángeles.
Trabajé tres años y algo más allí. Donde me hicieron sentir como parte de la familia. Donde me enfermé y me cuidaron. Donde la señora Amanda, dueña del hotel, llegó a regañarme no sólo como su empleado, sino como si fuera un nieto más. Allí, donde me regalaron su confianza y su cariño. Cariño que es retribuido y un agradecimiento eterno por abrirme no sólo las puertas de su casa, sino las de su corazón.
Son las cosas maravillosas que te dejan las vicisitudes la vida.
Los primeros meses de mi segundo semestre no fueron fáciles tampoco. A pesar de estar trabajando en el hotel, tampoco recibía un salario mínimo, la diferencia era que me sentía muy cómodo y a gusto trabajando allí. Eso tiene más valor que un buen salario pero con un mal ambiente laboral.
Recuerdo que tenía que tomar cuatro busetas, de la 39 hasta el rond point y de allí a la U, de la U al trabajo y de allí a la 39. Si tenía para las busetas, no tenía para las copias o cualquier otra cosa que pidieran los profesores, y sin derecho a refrigerio. Por lo que en varias ocasiones me tocaba era tomar la ruta rond poin-universisad en buseta y la otra “vámonos caminando”. Muchas veces no tenía para las copias y en muchas ocasiones sólo tenía para un solo pasaje. Ahí si se me complicaba la cosa. Porque de la U al rond point y de ahí a mi casa a pie, era pesadito. Entonces tocaba inventarse algo, me iba donde algunos compañeros que se veían mejor económicamente y le pedía 50 o 100 pesos para sacar una copia. “Préstame 50 barras allí pa´sacar una copia” les decía y de esa forma completaba al menos un pasaje. Esa táctica no se podía hacer a cada rato, a mi no era que me gustara mucho y si lo hacía muy seguido sabía que me volvería cansón.
Pero siempre hay alguien que es con quien más amistad se hace, esos , los de las alas que no se ven, él era otro de ellos. A medio día cuando ya salíamos de la U me decía: Hey Jaraba, vámonos!!. Yo le decía: Me voy en colitaaaa!!!. Hey loco vámonos, yo te doy los pasajes. Si, los. Me daba los dos pasajes.
Es que él se había pillao lo del préstamo para las copias. Un día que le dije: Hey Jose, 100 barritas ahí para sacar unas copias” me dijo: No tienes plata para irte verdad?. Me había descubierto el man.
El corre que corre se hacía más intenso porque tenía que llegar a medio día a hacer el almuerzo y de ahí salir para estar a las dos de la tarde en el trabajo. En varias ocasiones lograba cocinar pero no me quedaba tiempo para almorzar y no veía bien llevarme el almuerzo para el hotel. Al fin ya no sería la primera vez que me comería una solita en el día.
En una ocasión, en el lapso de tiempo que quedé sin trabajo después de mi salida de la tienda, dos meses aproximadamente, mi tío había salido y no quedó nada en la nevera, ni en la alacena, no quedó nada, y dinero, si que menos.
Yo siempre he sido algo comelón como se dice coloquialmente. A las cuatro de la tarde mi estomago con sus vecinos formaron su mitin. Me paraba en la puerta y ese camino polvoriento se me hacía interminable, veía siluetas a lo lejos idénticas a la de mi tío, pero cuando se acercaban era un retorcijón más en mi barriga. Lo mismo me sucedía con los carros, todos eran del mismo color al que solía trasportarlo a él.
No había de otra, mi cuerpo me había dado un ultimátum. Me fui a visitar a otra amiga. Si, ya lo saben. Vivía en la Cr 10 con 10. Llegué, me senté. Cuando estaba allí vi la hora y me dio vergüenza. Era obvio que ya habían almorzado y quedarme hasta más tarde a espera la cena era demasiado evidente. Decidí, estando allí, no decirle nada. Pero…ella me mira y me dice: Tú almorzaste? Yo le dije: Umjumm. Seguro? Dijo. Ajá…asentí. Y desayunaste? La misma respuesta: Umjumm. Sin darme cuenta ese umjum ajá umjumm traducía: NO HE COMIDO. Ella como todo ángel que maneja varios idiomas me dijo: Tú ahí donde estas no has comido nada. Ve a la cocina, ahí hay arroz, en la nevera hay huevos, coge dos, pero los fritas tú mismo, yo no me voy a parar de aquí a freír huevos”. Mejor dicho..que gallina guisada, ni que chivo en coco.
Pero cada obstáculo, cada experiencia, cada situación difícil me hacía más fuerte, con más deseos de graduarme como profesional, ese juego de momentos duros y buenos me hacían enamorar más de mi carrera. Siempre he considerado que lo hermoso de la vida es eso…vivir cada instante por difícil que parezca y disfrutar al máximo los logros obtenidos, sin perder el horizonte y tener una firme convicción de las metas que nos proponemos.
Así fue mi transcurrir por ese periodo maravilloso de mi vida universitaria, donde al comienzo fue más difícil, pero con el pasar de los años cada sacrificio traía su recompensa.
Hoy recuerdo con una sonrisa cuando se burlaban de mis pantalones de dril, cuando a los jeans les hacía un nudito a los lados para que no se me cayeran (los mandaba a arreglar pues eran de mi tio). Es que cuando entré a la Universidad lo hice para estudiar, para aprender, no para saber de marcas, ni cual tenis era más fino que otro. Que bien por aquel que lo podía hacer, que tenía los medios económicos para hacerlo. Pero mal por aquellos que sólo aparentaban y su rendimiento académico dejaba mucho que desear. Hoy puedo decir con orgullo, con la frente en alto que muchos docentes y compañeros me recuerdan de la mejor forma, como aquel muchacho que entró a hacer lo que tenía que hacer, estudiar y no a perder el tiempo.
Hoy orgullosamente digo soy INGENIERO…INGENIERO INDUSDTRIAL!! y gracias a ello he cosechado logros, he ocupado cargos como Administrador, Gerente. Ahora dirijo mi propio negocio y sigo apuntando a crear empresa. Ese es el resultado cuando creemos en nuestras capacidades, cuando somos conscientes que hay un mercado laboral esperando por nosotros, cuando no nos detenemos ante las adversidades y se lucha por cada sueño.
Junio 2012, si pudiera hacer una nueva edición de aquella revista que despertó tanto interés en mi, escribiría un artículo, con un dibujo de toda la Guajira cuyo título sería:
“La Península de la Guajira: Donde los sueños se hacen realidad”
ROBERT JARABA ABAD
INGENIERO INDUSTRIAL
Universidad de La Guajira.
Cel. 3013710549